Comentario
A partir de la obra de F. Braudel, "El Mediterráneo y el mundo mediterráneo en tiempos de Felipe II", ha venido siendo común hablar de "la traición de la burguesía" para describir el fenómeno de adaptación de las clases medias del Antiguo Régimen a los modos de comportamiento de la aristocracia. Se puede, en efecto, comprobar que existió un modelo generalizado de conducta social entre los burgueses según el cual a la adquisición de una fortuna mediante el ejercicio de actividades propias de su clase, como el comercio, seguía la compra de tierras, la búsqueda de cargos públicos y los esfuerzos por acceder al estatuto nobiliario. Las actividades mercantiles eran progresivamente abandonadas en aras de la consecución de un prestigio social que se concebía como íntimamente vinculado al paradigma aristocrático. Ello habría tenido negativas consecuencias para el correcto desarrollo de la economía capitalista, ralentizado por la persistencia de hondos prejuicios de carácter social.
Este fue el modelo descrito por Braudel para España e Italia y que otros autores han hecho extensivo a otros países europeos. Numerosos ejemplos pueden citarse para ilustrar la tendencia de la burguesía a desertar de las filas de su clase para pasarse a las de la nobleza. El de los Fantoni es uno más entre los muchos existentes.
Simone Fantoni, mercader florentino del barrio de Santo Spirito, amasó una cierta fortuna a través del comercio. En su empresa, de carácter familiar, se hallaba asociado a sus hermanos. Dicha empresa estableció ramificaciones en España y Portugal en plena época de expansión del comercio colonial de estos países. Raffaello Fantoni se estableció en Lisboa, mientras que Santi Fantoni lo hacía en Cádiz, ciudad proyectada al comercio con América. En el testamento de Simone, que murió a comienzos del siglo XVII, puede ya comprobarse cómo este comerciante había ido adquiriendo una buena cantidad de tierras en la Toscana, sobre las que instituyó un fideicomiso de carácter familiar. Mientras tanto, Santi Fantoni había ingresado en las filas del patriciado urbano gaditano, accediendo a un puesto de regidor en el cabildo de la ciudad, y había logrado ver reconocido el status nobiliario. Los sucesores de ambos se dedicaron a vivir de las rentas del fideicomiso. Mientras la línea italiana de la familia se agotaba por falta de continuidad, los descendientes de la española establecieron ventajosas uniones matrimoniales, accedieron un mayorazgo y, finalmente, adquirieron un título de nobleza, el condado de Jimera. Arruinados por la crisis del siglo XVII, vivieron en adelante de las rentas de las propiedades familiares en Toscana.
El caso de Simón Ruiz, estudiado por H. Lapevre, revela en cierto modo una trayectoria similar. La familia, establecida en un núcleo mercantil y financiero de la importancia de Medina del Campo, hizo su fortuna comerciando con Francia. Más tarde, en 1576, Simón Ruiz orientó sus inversiones hacia las finanzas públicas. Sus hijos, en cambio, abandonaron ya los negocios para integrarse de pleno en la aristocracia.
Las estrategias de la burguesía para acceder a la nobleza eran siempre semejantes. Al estar reputada la tierra como fuente de honor, la adquisición de propiedades rústicas puede considerarse como un requisito. El logro de cargos públicos, a menudo en el ámbito municipal urbano, permitía no sólo participar en el control de los resortes del poder local, sino también adquirir status. Algunas veces, en cambio, la consecución del cargo era consecuencia del reconocimiento de una posición social a la que se había llegado previamente. Otras, la burguesía utilizaba el mecanismo de venalidad de cargos públicos, fenómeno que se produjo con particular intensidad en Francia. Los monarcas sacaban a la venta puestos de la administración judicial o civil a fin de conseguir recursos para sus apuradas arcas, ocasión que era aprovechada por elementos burgueses para ascender socialmente.
Con la misma finalidad la burguesía recurrió a los matrimonios con individuos de mayor calidad social. En este sentido empleó estrategias matrimoniales útiles no sólo para concentrar la fortuna en el ámbito familiar, sino también como medio de promoción social. Las endogamias oligárquicas constituyeron, por otra parte, un fenómeno corriente en el Antiguo Régimen.
Pero, volviendo al núcleo de la cuestión, el fenómeno de la traición de la burguesía se encuentra en la actualidad cuestionado en la historiografía. En las actitudes inversionistas de los comerciantes y hombres de negocios de comienzos de la Edad Moderna influyeron decisivamente las condiciones de la coyuntura económica. La compra de tierra pudo muy bien venir determinada no sólo por razones de prestigio social, sino de rentabilidad inversora. Era, además, un medio de asegurar unos capitales que podían disiparse por efecto de una quiebra. Por otra parte, la fundación de vínculos tras acceder a la nobleza puede interpretarse como una estrategia de utilización de los mecanismos de amortización propios de la aristocracia para fijar capitales adquiridos mediante actividades burguesas.
Los comerciantes, en definitiva, invirtieron en todo aquello que les podía resultar rentable, sin necesidad de disponer de una visión clara de su papel potencial como clase. "En la base de una traición de la burguesía -escribe Kamen- está la premisa de que el burgués tenía unos ideales o una ética a la, que debería haber sido, fiel. Es verdad que en algunas regiones la burguesía presentaba una identidad clara (..). Pero la identidad de grupo del burgués nunca dio origen en la Europa preindustrial a una identidad coherente de clase. A diferencia de los nobles, que conocían y reconocían los ideales de su status el burgués sentía que en el fondo lo suyo no era su condición presente, sino el rango al que aspiraba. La movilidad social le alentaba a adoptar los ideales de los órdenes tradicionalmente superiores. Ello no implicaba necesariamente retirar su capital de la acumulación de riqueza". Esta última afirmación, en cualquier caso, es más valida para el caso inglés, en el que la asociación entre nobleza y negocios estaba mejor vista, que para el de otros países, en el que existía una mayor renuencia a compatibilizarlos.
Otra cuestión que se puede plantear en torno al perfil de la burguesía europea del siglo XVI es su relación con la Reforma. Max Weber sugirió la influencia de la ética protestante en el desarrollo del espíritu capitalista. La Iglesia católica, desde este punto de vista, habría obstaculizado tradicionalmente con escrúpulos morales el logro de ganancias mediante el comercio y el préstamo a interés. La Reforma -particularmente en su desarrollo calvinista- contribuyó por el contrario, según esta visión, al avance de una mentalidad que hacía del éxito en los negocios un signo de elección divina. Ello no impidió, sin embargo, que el capitalismo tuviera origen en áreas de profunda raigambre católica. Es cierto, pese a todo, que en el siglo XVI la burguesía de determinados países en los que se extendió el protestantismo careció de la veleidades aristocráticas de las clases medias de otras áreas, en particular la mediterránea. Pero esto llevaría a otro tipo de consideraciones. La burguesía mercantil de los Países Bajos es citada como paradigma de una clase social austera, entregada a los negocios y que desdeñaba las vanidades del fasto aristocrático. A pesar de ello, se difundió un cierto estilo neoaristocrático en medio de los patriciados urbanos de aquellas provincias. La mejor predisposición para los negocios, así como la mayor constancia y competencia en ellos son cualidades que pudieron, ciertamente, depender de factores de mentalidad. Pero de nuevo es necesario tener presentes las condiciones objetivas (principalmente económicas, pero también de otra índole) que modularon las actitudes concretas de inversión y comportamiento social de las élites burguesas en la Europa moderna.